Esta historia comienza en Kenia, con un niño llamado Janna que conoce un día a Letu, un hombre que padece la polio, una enfermedad que le afectó en su nacimiento y con la que ha tenido que aprender a vivir. En las estadísticas del país, Letu, con su discapacidad, representa a uno de cada 200 habitantes.

Transcurren los años y Janna, ya de vuelta en su nativa Inglaterra, comienza a estudiar en la Facultad de Ingeniería. Sin embargo, un accidente le obliga a permanecer durante tres meses en una silla de ruedas.

Un periodo que cambiará la vida del joven, que decide transformar esa adversidad en una oportunidad para desarrollar grandes ideas. Así, durante esos 90 días, en Janna se hace cada vez más fuerte el recuerdo de su amigo Letu, que desde su nacimiento se vio obligado a permanecer en casa, sin ninguna posibilidad de tener un mínimo nivel de autonomía e independencia.

Y es que, en Kenia, como en otros países africanos, las pocas sillas de ruedas disponibles necesitan ser reparadas continuamente ya que no son el medio idóneo para ser utilizadas por los terrenos sin asfaltar que constituyen la mayoría del territorio.

De este modo, cuando Janna su convalecencia, tiene las ideas muy claras acerca del futuro: constituir una empresa social que se ponga a disposición de los numerosos Letu que pueblan África, ofreciéndoles así una alternativa de autonomía e independencia.

El objetivo que se marca es ambicioso: ofrecer al 90% de los niños africanos con algún tipo de discapacidad, que viven aislados en sus casas, la posibilidad de acudir a la escuela, aprender un trabajo para ganarse la vida, socializar y crear una familia.

Así es como junto a otros tres amigos con los que comparte la idea (Cara O’Sullivan, diseñadora industrial, James Veggenti, ingeniero y Berti Meyer, experta en sistemas interactivos), surge Safari Seat, una silla de ruedas “especial”: se hará gracias a las piezas de una bicicleta, pero no nos adelantemos.

Los cuatro amigos acuden a Kenia para estudiar y probar las posibles soluciones del proyecto con el objetivo de realizar una silla flexible, capaz de responder a las necesidades de la población y superar los numerosos obstáculos físicos.

Su objetivo no es la de comercializar Safari Seat, si no el de crear un proyecto ‘open source’ que permita, gracias al manual que desarrollen, que cualquier persona, aunque se encuentre en un lugar remoto del planeta, pueda construir su propia silla de ruedas.

Y es aquí donde entra en juego la bicicleta, para poder hacerlo, deciden decantarse por los componentes comunes de la bici, fácilmente gestionables y reparables con costes mínimos. Además de resultar compatibles con la utilización de terrenos aislados y llenos de obstáculos.

Dicho y hecho. La iniciativa ya ha dado sus frutos. Así, Safari Seat ya ha comenzado a producirse a través de una micro oficina en Bombolulu (Kenya) donde un grupo de jóvenes con la ayuda del colectivo creado por Janna están llevando a cabo la producción local de las sillas. Los primeros prototipos ya se han realizado y con ellos, los procedimientos necesarios para su distribución y comercialización.

Para conseguir la financiación, han echado mano de la plataforma de financiación colectiva Kickstarter, donde han conseguido triplicar la cifra que se habían propuestos (30.000 libras, unos 37.5000 euros) hasta llegar a superar las 90.000 libras.

Gracias a ello, será posible la construcción de 100 sillas de ruedas antes de abril de 2017 y la creación de dos nuevas oficinas en el este de África.