¿Cuántos lácteos consumes al día? ¿Cuánta carne puedes ingerir en una semana para alimentar tu musculatura? Casi con total probabilidad es la primera vez que te enfrentas a estas preguntas. Habrás pasado por alto las respuestas y, seguramente, no te habrás planteado por qué deberías contestarlas. Sin embargo, Greenpeace ha puesto sobre la mesa que, lo que para ti pueden parecer banales cuestiones, es una cuestión relevante a nivel internacional.

Según esta ONG ambientalista, el ser humano debe reducir drásticamente su consumo de lácteos y productos cárnicos si quiere mantener un equilibrio saludable en la Tierra. El objetivo de este ‘régimen’ no es, como en otros casos, eliminar esos kilos de más de los que nos queremos deshacer de cara al verano. Tal y como explica Greenpeace en un comunicado, la meta perseguida es “reducir la producción y consumo de carne para una vida y planeta más saludable”, y hacer lo mismo en el caso de los lácteos.

La ‘dieta’ planteada por Greenpeace no elimina las grasas del menú ni aboga por reducir el consumo de azúcar, sino que en esta ocasión apuesta por reducir la ingesta de lácteos a dos vasos de leche y un yogur a la semana y el consumo de carne a tres filetes cada siete días. Estos cálculos derivan del estudio ‘Menos es Más’ publicado por la ONG en el que se determina que es fundamental llevar a cabo esta disminución en el consumo para “poder alimentar a entre nueve y diez mil millones de personas en 2050 sin destruir el planeta de forma irreversible”.

Comes 260 kilos de lácteos al año

Según los datos extraídos del análisis de Greenpeace, los europeos ingerimos un total de 260 kilos de lácteos y 85 de carne por persona y año. En cuanto a carne se refiere, somos los mayores consumidores de carne del mundo junto con los argentinos, los brasileños y los estadounidenses. Tal y como se desprende del estudio de la ONG, este ritmo en la dieta es insostenible, y habría que reducir a la quinta parte la cantidad de carne que tomamos y dividir entre ocho los lácteos que comemos.

De esta manera, las cifras óptimas por habitante serían de 16 kilos de carne y 33 kilos de lácteos al año, un consumo calificado como “sostenible” que equivaldría a tomar 300 gramos de carne y 630 gramos de lácteos cada siete días. Si, por término medio, un filete pesa unos 100 gramos; un vaso normal tiene capacidad para un cuarto de leche –unos 250 ml–; y un yogur contiene 125 gramos de producto, se concluye que cada semana tendríamos que consumir tres filetes (100 x 3 = 300 gr), beber dos vasos de leche (250 x 2 = 500 gr aproximadamente) y tomar un yogur (125 gr).

El ‘efecto invernadero’ de la comida

De los textos publicados por Greenpeace se desprende que “la carne y los productos lácteos son los elementos de nuestra dieta que mayores daños causan al clima y medioambiente en general”, afirmación basada en la alarmante cifra de que los productos de origen animal contribuyen a “alrededor del 60% de las emisiones de efecto invernadero relacionadas con los alimentos”.

De seguir con nuestra dieta como hasta ahora, la ONG advierte de que dentro de 32 años “las emisiones de gases del sistema alimentario representarán más de la mitad del total de emisiones globales asociadas a las actividades humanas”. Esto provocaría que lo que comemos y cómo producimos nuestros alimentos tendrían cada vez mayor impacto y supondrían “una mayor amenaza para nuestra supervivencia en la Tierra”.

Pero no solo el planeta se ve afectados por estos consumos puestos en relieve por Greenpeace, sino que la salud también se resiente. “Nuestras dietas se encuentran entre los principales factores de riesgo de muerte prematura y mayor riesgo de enfermedad a nivel mundial”, asegura el informe. En 2016, la mala alimentación supuso 10 millones de muertes a nivel mundial, tres millones más de fallecimientos que los provocados por el tabaco durante ese mismo periodo.

Una dieta rica y variada que contenga frutas, verduras, legumbres, frutos secos, pescado y carnes –dejando a un lado las carnes rojas– es fundamental para que nuestra salud no nos juegue una mala pasada.