No son pocas las veces en las que al llegar a un bar me he encontrado con grupos de mujeres que, tras haber sudado la gota gorda en el gimnasio, se reúnen en torno a una botella de vino para contarse sus días (y dejar de contar calorías). Sus outfits deportivos y sus mochilas delataban de dónde venían y yo las miraba fijamente pensando que esa ¿inocente? copa de tinto era la recompensa a su esfuerzo fitness. Pues no, queridas, es mucho más que eso.

Mientras que un estudio publicado por Health Psychology asegura que los días en los que realizamos actividad física somos más propensos a beber alcohol (sin distinguir entre sexos), una reciente investigación realizada por J. Leigh Leasure, director del laboratorio de neurociencia de la Universidad de Boston, concluye que “en el caso de las mujeres, es mucho más evidente que su cerebro procesa de igual manera el esfuerzo físico que la ingesta de alcohol”.

Según sus conclusiones, ambas actividades aprietan el gatillo de los neurotransmisores del ‘feel good’: “Realizar ejercicio y consumir alcohol son dos actividades que hacen que el cerebro segregue dopamina y endorfinas en hombres y en mujeres. Sin embargo, en estas últimas, esto se da todavía a un nivel superior”.

El cerebro quiere que sigas en la cresta de la ola

Todo tiene que ver con la sensación de euforia y bienestar que nos aporta el ejercicio físico. Y como nuestro cerebro no es tonto, busca en sus recuerdos qué otra actividad nos reporta la misma sensación. He aquí donde el alcohol hace su aparición porque tu materia gris sabe muy bien que con dos copas de vino ‘te vienes arriba’. “Lo que hace el cerebro es intentar prolongar esa sensación física y psíquica de plenitud que todos tenemos una vez hemos terminado el entrenamiento”, asegura J. Leigh Leasure.

De hecho, son muchos los estudios que, a lo largo de los años, han establecido una conexión importante entre las personas que son muy deportistas y las que son muy fiesteras (alcohol de por medio, claro está). Estas investigaciones se basaban en el hecho de que ambos grupos buscan elevar sus niveles de endorfinas y dopamina, ya sea levantando pesas o vidrio. El fin es el mismo.

¿Cómo afecta esa copa ‘aftergym’ a tu entrenamiento?

“A menos que estés preparándote para una competición a nivel profesional, tomar un par de copas a la semana no va a tener ningún efecto negativo en la manera en la que tus músculos se recuperen tras tu rutina fitness”, sentencia Jako Vingren, profesor asociado de la Universidad del Norte de Texas.

Es más, un estudio presentado durante el Congreso Europeo de Cardiología celebrado en Barcelona el año pasado aseguraba que las mujeres que tomaban un vaso de vino al menos cinco veces a la semana y practicaban deporte de dos a tres horas (también por semana) habían experimentado una mejora bastante notable en sus niveles de colesterol. En contraposición, aquellas que solo bebían, pero no realizaban ejercicio, no presentaban ningún cambio. Blanco y en botella, nunca mejor dicho.

Por lo tanto, y como bien apunta el investigador Milos Taborsky, “pasar por el gimnasio y terminar tu rutina con una buena copa de vino no hará más que mejorar tu entrenamiento”.

Pero siempre con el estómago lleno

Si bien es cierto que acabamos de comprobar que beber alcohol tras el entrenamiento no es del todo contraproducente y que, además, nos lo está pidiendo a gritos nuestro cerebro, es cierto que hay que tener cuidado. La mejor manera de enfrentarse a una copa tras el gimnasio es pidiendo primero un buen vaso de agua (para hidratarnos en condiciones) e ingiriendo, al menos, 25 gramos de proteína (en el formato que quieras).

Otro detalle a tener en cuenta, es que siempre será más beneficioso para tu salud optar por vino o cerveza (dado que tienen una mayor concentración de agua) que cócteles o copas realizadas con ginebra, ron, vodka… A no ser, claro está, que vivas en Miami y puedas pedirte el cóctel con tequila que te ayuda a recuperarte de tu entrenamiento. Tú decides.