Volvía una tarde de hacer unas series de 1000 que me habían quedado la mar de majas y me encontraba estirando en la entrada de casa. En estas se me acerca una vecina a la que había visto varias veces vestida de ‘corredora’ o algo parecido. Me saludó amablemente y me preguntó si era corredor. Le contesté que pese a mis trazas y hechuras me consideraba como tal.

- ¡Qué bien! Me vienes de perlas. Unas amigas y yo salimos a andar casi todos los días y queremos mejorar un poco y quizás tú nos podías ayudar y dar algunos consejillos.

Me quedé totalmente a cuadros. La verdad es que no esperaba una proposición de este tipo a esas horas de la tarde. Después de tomar aire y recomponerme, le dije que encantado pero que no sabía en qué podía yo ayudarlas.

- ¡Seguro que en muchas cosas! Se te ve tan profesional y preparado para el deporte, que estoy convencida de que sabrás mucho de esto de andar deprisa que hacemos nosotras.

Si os soy sincero, no sabía en que podía ayudar a esta buena señora y a sus amigas, pero como no tengo filtro y mi lengua va normalmente varios segundos por delante de mi cerebro, le dije que sí, que estaría encantado.

Así que sin comerlo ni beberlo me vi un día a las 8 de la mañana vestido de ‘faena’ esperando a un grupo de señoras para acompañarlas a ‘andar rápido’. Un plan cuando menos, extraño.

Con una puntualidad británica, el grupo de cuatro señoras enfundadas en prendas más o menos técnicas y con zapatillas más o menos indicadas para practicar una caminata, hicieron acto de presencia.

Paqui, mi vecina, me presentó como el ‘chico ese que os dije que corría mucho’. A mí, lo de chico, me hizo mucha gracia, con mis cuarenta años recién cumplidos ya voy camino de ser ‘ese señor que se arrastra embutido en ropa fluorescente’. Mis cuatro amazonas del ‘caminar rápido’ no bajaban ninguna de los sesenta y cinco años pero desprendían una ilusión contagiosa.

Les pregunté en que podía yo ayudar a unas deportistas tan bien preparadas y la respuesta de Charo (la más mayor de las cuatro) fue tremenda.

- Pues queremos que nos enseñes a hacer esas posiciones que hacéis los jóvenes que corréis. Yo os veo alzar la pierna así para arriba y tocaros la punta del pie y luego agachar el lomo con las piernas juntas… Y no sé, me da envidia. Y seguro que hay más trucos por ahí para que estéis así de lustrosos todos…

Si mis conexiones neuronales no fallaban, la buena de Charo se refería a los estiramientos. Y bueno, eso mal no les iba a venir a las cuatro, así que me puse manos a la obra a hablarles sobre mi experiencia como corredor y qué cosas podrían extrapolar a sus caminatas diarias.

Una vez puestos en marcha y después de haberles indicado una serie de ejercicios de calentamiento suave, empecé a comentarles sobre temas que creo son importantes para cualquier persona que salga a correr o a andar rápido.

Un buen equipamiento, empezando por unas zapatillas cómodas, que transpiren y que tengan amortiguación suficiente. También les hablé de no ir ni demasiado abrigadas en invierno ni muy frescas en verano, sobre todo por no levantar pasiones entre los señores con los que se cruzaran (en este punto me llevé una colleja de Julia por decir que las estaba tomando el pelo).

También les hablé de ejercicios complementarios, andar está muy muy bien, pero además una rutina de gimnasia suave donde trabajaran músculos del tren superior, abdomen y espalda, les harían encontrarse mucho mejor. No olvidé hablarles de lo importante de la hidratación y de una buena rutina de estiramientos al acabar de andar.

Pero sobre todo lo que les dije es que antes de nada tenían que saber si lo que estaban haciendo era beneficioso para ellas o no. Y que una visita al médico era indispensable. Ahí fue cuando les pregunté cuál era la razón de cada una para salir a andar casi todos los días.

Sus respuestas y la historia que había detrás de cada una me hicieron ver lo mucho que nos quejamos a veces sin motivo alguno o mejor dicho, con un motivo que realmente no es tan importante como para quejarnos por él.

Charo me dijo que corría porque tenía el azúcar alto y el médico le dijo que le vendría muy bien hacer algún tipo de deporte. Y como a ella estar encerrada en un gimnasio no le gustaba, decidió comprarse unas zapatillas y salir a andar por los caminos del pueblo. Sin más preparación ni conocimiento que el saber que moverse le iba a beneficiar. De eso hacía cuatro años y a veces llegaba a estar dos horas seguidas andando. Acababa muy cansada, con alguna que otra molestia pero siempre con una sonrisa en la cara.

Julia me contó que ella había perdido a su marido hace un año. Meses después, sentada en el sofá del salón se dio cuenta que necesitaba sacarse esa presión y esa tristeza que sentía en el pecho. Charo le dijo que saliera a andar con ella y Julia se animó. En los siete meses que lleva calzándose las zapatillas no hay día que no recuerde a su marido, pero ahora lo hace con una sonrisa en la cara al pensar la clase de barbaridades que su Antonio le diría al verle con las mallas tan ceñidas que se pone para salir a andar.

La atrevida Paqui confesó que sale a andar porque necesita tiempo para ella. Le prepara el desayuno a su marido y sale pitando de casa para andar y sentirse plena. Con sus amigas casi siempre pero tampoco le importa salir sola. Necesita ese espacio de libertad antes de volver a casa a hacerse cargo del ‘fuerte’. Además tiene que cuidar de su nieta mientras su hija vuelve del trabajo. Darle de merendar, ayudarle con las tareas del colegio e incluso algunos días bañarle y darle de cenar.

Carmen sólo contestó que necesitaba andar, lo dijo con la mirada perdida, mirando hacia delante y quizá con los ojos brillantes, mientras Julia y Charo le cogían cada una de una de sus manos. No le pregunté más. Segundos después la sonrisa volvió a su cara.

Sin darnos cuenta y entre historias, anécdotas y risas, muchas risas, volvimos al punto de encuentro. Había pasado hora y media y mi reloj marcaba poco más de diez kilómetros. Les dije que había sido un buen tute y Paqui me dijo que hoy habían ido más despacio porque no querían asustarme. Me despedí con besos y abrazos y les dije que estaría encantado de volver a salir a andar con ellas.

Cuando llegué a casa, me duché y me senté en el sofá mientras bebía algo, no dejaba de darle vueltas a las historias que me habían contado estas cuatro ‘pedazo de mujeres’. Me di cuenta que quien realmente había aprendido algo ese día era yo. Mis cuatro consejos podían haberlos conseguido en cualquier sitio pero yo me había llevado unas importantes lecciones de vida.

Nos quejamos muchas veces de problemas que nos atenazan o que nos impiden seguir con nuestras rutinas, cuando, si nos parásemos a pensar fríamente nos daríamos cuenta de que no son tan importantes. Estas mujeres llevan a cuestas familias enteras, pérdidas irremplazables, problemas de verdad y sin embargo se levantan cada día con fuerza y con ilusión para seguir adelante.

Tomemos su ejemplo y seamos fuertes en las adversidades, sigamos haciendo aquello que nos sienta bien, ya sea correr, nadar, ir en bicicleta… Al fin y al cabo se trata de aprovechar nuestra vida lo más y mejor posible. Problemas siempre tendremos, pero nosotros somos quienes decidimos como enfrentarnos a ellos.

No quiero terminar sin darle las gracias a Paqui, a Charo, a Julia y a Carmen por haberme dado tanto en tan poco tiempo. ¡GRACIAS!