Una de las principales causas de muerte en todo el mundo desarrollado es la obesidad mórbida. El sedentarismo, estilos de vida nada saludables o desórdenes genéticos son los causantes de que la obesidad se haya convertido en epidemia y los investigadores estén tratando de buscar nuevos métodos para combatirla.

Actualmente ya existen varios, como la reducción de estómago, la instalación de un balón gástrico o las reducciones de tripa para que los pacientes ganen calidad de vida. Sin embargo, lo que han descubierto los científicos de la Emory University School of Medicine puede ser un antes y un después en el tratamiento de la obesidad.

El planteamiento, sobre el terreno, parece sencillo: “si hay un nervio principal que se encarga de decirle al cerebro que tenemos hambre y, en al caso de los pacientes obesos, esto ocurre casi continuamente, ¿por qué no acabamos con ese nervio para evitar que siga enviando esas órdenes contraproducentes para la salud humana en esos casos?”.

Para ello, claro, lo primero es localizar a ese nervio. Su nombre, tronco vagal posterior. El procedimiento: congelar el nervio, tal cual.

Los investigadores llevaron a cabo la prueba experimental en 10 personas con problemas de obesidad y que se sometieron a este tratamiento experimental de manera voluntaria.

Primero los sedaron y, después, en una pequeña intervención que no duró más de 30 minutos, los investigadores y un equipo de cirujanos inyectaron un gas que es capaz de congelar el nervio en cuestión. Congelarlo, como lo lees, sí, y esto conlleva que parte de ese nervio quede destruido.

¿El resultado? Prometedor, por ahora. Aunque esto tan solo ha sido un breve experimento con 10 personas, ya han podido sacar las primeras conclusiones, que son las que han presentado en la Reunión Científica Anual 2018 de la Society of Interventional Radiology.

De las 10 personas cuyo tronco vagal posterior fue congelado, el 53% manifestó tener “muchísima menos hambre”, el 30% “mucha menos hambre” y el 17% restante “menos hambre”, por lo que el resultado es esperanzador, ya que todas ellas tuvieron menos hambre en uno u otro nivel.

¿El problema? La duración del tratamiento está limitada a 12 meses, momento en el cual el organismo regenera por completo dicho nervio y los efectos de la operación pueden perderse. Ahí es donde, precisamente, los científicos tienen que poner sus esfuerzos ahora: una vez visto que el sistema funciona, el próximo reto es hacerlo de manera indefinida y no únicamente con caducidad de un año.